Oblivio por Andres Marin Solis

OBLIVIO | PRÓLOGO | Una novela de ficción por Andres Marin Solis

 

 


 

«Lo que creemos sobre el cielo y el infierno

es increíblemente importante 

porque expone lo que creemos 

sobre quién y cómo es Dios»

—Rob Bell

 


   

«Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, 

sino aquellos que no sepan aprender, 

desaprender y reaprender»

—Alvin Toffler

 


   

«Quien controla el miedo de la gente, 

se convierte en el amo de sus almas»   

—Maquiavelo

 


   

«Es más fácil engañar a la gente, 

que convencerla de que han sido engañados»   

—Mark Twain

 


La puerta del cuarto oscuro se cerró y se escuchó que le pusieron llave. Las risas y conversaciones casuales de aquellos que su trabajo era ejercer las reglas de ese lugar se escuchaban cada vez más lejos.

Adentro, los presos quedaron solos en la oscuridad, en el suelo, ensangrentados, ahogados en su dolor. 

Aunque la sesión había terminado, las secuelas de la tortura podían durar horas, o a veces, hasta al día siguiente, cuando les tocaba empezar una nueva sesión. 

El calabozo era un cuarto rectangular, con dos habitantes detrás de sus rejas, sin contar las ratas y cientos de insectos que veían ese lugar como su reino. La única fuente de luz era un pequeño televisor de tubo, que alumbraba de gris el cuarto con su ruido blanco. El olor a azufre y gas apenas opacaba la pestilencia de todos los años que ellos tenían de estar detrás de esa celda y toda la sangre y carne descompuesta. 

En silencio, los presos comenzaban a cantar una canción infantil y triste que habla de que el dolor dura poco cuando hay besos y abrazos. Ellos cantaban en sintonía, pero no en armonía. Sus voces eran ásperas, cansadas y adormecidas, la poca claridad de la voz distorsionada por falta de dientes y de voluntad.

Mientras cantaban, no podían evitar toser, una tos que, a cada cierto tiempo, venía acompañada con sangre. 

En sus cuerpos se veían muchas heridas sangrantes, causadas por sus verdugos, demonios que se especializan en sorprenderlos cada vez de los modos más dolorosos. Las llagas y heridas de los presos estaban infectadas y llenas de pus, sus pies descalzos llenos de hongos y aberturas. 

Con manos ensangrentadas, uno de los presos intentó ponerse de pie, llenando de sangre las barras de la prisión. Insectos corrieron a comer de la sangre que quedaba en la barra.

Una cucaracha grande se apresuró por el borde de la celda, hasta que llegó a la mancha roja. Esa misma mano ensangrentada la agarró con gran agilidad. Y se la echó a la boca. 

El otro preso con su mano agarró sangre de una de sus heridas y la puso también en la barra. Los insectos reaccionan del mismo modo de su lado de la celda.



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